domingo, 4 de noviembre de 2007

"Añoranzas"

El sitio no era grande, pero estaba bien situado entre el camino real y el río, la tierra era buena. La casa, de tablas de palma bien machihembradas, el techo copioso, de pencas bien escogidas. El piso, apisonado con cariño, estaba cubierto de tierra, una tierra blanca, que trajeron del cayuco en abundancia. Tres cuartos, sala, cocina y comedor daban a la familia la comodidad suficiente para que los hijos no tuviesen que crecer en promiscuidad.

El mobiliario era sencillo, taburetes de pellejo de chivo, cómoda, escaparate, cama y mesa hechas de cedro fresquito, cortado exclusivamente para el inmueble, allí, al doblar de la curva del corojo, donde un rayo mató a la yegua de Cinecio. Numerosos enseres de cocina adornaban la vitrina hermosa, comprada en la ferretería del Pueblo. Las comodidades de esa vida bien enraizada en la tierra criolla, era insuperable, pues el aire sabía a miel y olía a rosas. La laboriosidad de las mujeres se manifestaba en la ropa que esperaba ser planchada y en las telas cortadas que, en su canasta ovalada y grande, estaban listas para meterles la aguja.

El hogar se embellecía constantemente. Cortinas de tela barata, pero muy limpias y bien almidonadas, ponían el claro temblor de alas nítidas en las ventanas de la casa. Los "sillones de los novios", los mismos de los abuelos, se ostentaban con orgullo en medio de la sala. Frente a la casa, dos framboyanes florecidos y dos ceibas poderosas daban una sombra fresca y llena de murmullo, y la arboleda de hermosos frutales completaban la belleza y la agradable paz de este otrora prospero rincón de tierra cubana. No había cine, la novedad era el velorio, donde los viejos se sentaban con los más jóvenes a hacerles cuentos heroicos, donde la sombra del quinqué se asustaba con la heroicidad del campesino cubano. El teatro era desconocido pero la majestuosidad de la manigua y de aquella luna gigante acompañada de una brisa con olor a galán, era la envidia de poetas y cantores. Cubanos eran los dueños de aquel paraje, hijos y nietos de guajiros criollos, pedazo de tierra propia, pequeña la parcela, pero suficiente para un par de bueyes, una vaca con su ternero, una yegua alazana con su potrito moro siempre a la vista de su penco padre eran vehículos necesarios y orgullo de la familia, una cosecha pequeña de maíz, boniato y yuca, también alcanzaba para criar unos cuantos lechones para la manteca y las gallinas que revoloteaban juguetonas en la mañanita, al amanecer de Dios, cuando al piar del guajiro, corrían despavoridas y comenzaban a picotear el maíz seco acabado de arrojar al piso.

Todos los días con la fresca brisa del amanecer, llegaba el sonar de las hojas de los árboles acompañadas del bello trinar del sinzonte, que se disfrutaba acompañado de una taza de café acabadito de colar, humeante y endulzado con miel de la buena, criolla, arrancada del panal blanco y enorme que hubo de caer del cedro de la arboleda.

Un respirar profundo, una mirada momentánea a toda aquella belleza natural que armónicamente se combinaban para atraer sin obstáculos a la felicidad, era suficiente para comenzar un día de labor en cualesquiera de las labranzas que aquella tierra exigía.



Toda esta hermosa armonía llegó a su fin, el día que un gran señor "redentor de la sociedad" y destructor de sueños prometió repartir esa felicidad entre todos. Al río lo secuestraron en una represa y solo dejaron que por su afluente corriera un arroyo contaminado de desperdicios del “desarrollo” del pueblo; la vaca se murió, al caballo se lo comieron, los puercos ya no tuvieron mas sancochos, las ceibas se secaron y los flamboyanes ya no son rojos. La sombra es caliente y el amanecer amargo…el café lo racionaron y al campesino lo mudaron para un “prefabricado apartamento de balcón con vista al (…) Ya ni en los libros aparecen estas reliquias de mi Cuba. Pero queda aun la esperanza, de que aunque sea en un velorio gigantesco, pueda yo algún día ver a mi Cuba libre y floreciendo como cual flor hermosa que emana de la destrucción.

Luis Alberto Ramírez.

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