sábado, 19 de enero de 2008

"El alma sorda"

El hombre estaba sentado justo en una esquina de la barra, tenia un baso rebosado de wiskey y hielo frente a él. Magro el hombre, vestido con exagerada elegancia, gabán fino de color crema, camisa beige y corbata café claro, cabello cortado con cuidadoso esmero y con una barba gris oscura la cual parecía estar dibujada con curiosidad sobre su rostro. Con el dedo índice de su mano derecha acariciaba el borde del baso constantemente. La cabeza baja, y unos ojos enrojecidos que por momentos cerraba por breves instantes, al tiempo que se acariciaba la frente con la palma de la mano. Daba a entender al más inocente curioso que estaba atravesando por momentos emocionalmente difíciles. Así una y otra vez repetía constantemente el movimiento. Nunca se acercó el licor a sus labios, solo meditaba y nerviosamente hacia gestos perceptiblemente involuntarios.

No soportaba su sufrir, a alguien debía acercarse y contarle los sucesos que arrancaron la vida de su joven y amada esposa, una pesada carga que no podía cargar solo, alguien debía consolarlo, alguien debía sufrir junto a él, o por lo menos compadecerlo, ayudarlo a pasar tan amargos momentos.

En el otro extremo de la barra se encontraba otro hombre, estaba mal vestido, y su aspecto era algo indigente. Tenía barba copiosa, blanca, y algo amarillenta a los bordes del labio superior e inferior, el cabello era largo, mal cortado de color gris claro y muy ondulado, fumaba con desesperación y su mano temblaba nerviosamente cuando agarraba con soltura la botella de cerveza barata, engullendo su contenido desesperadamente.

Hasta allí fue el hombre magro de gabán fino, le pidió permiso cortésmente para sentarse a su lado, el barbudo lo miró con desdén al tiempo que parecía aprobar que se sentara a su diestra, esbozó una sonrisa haciendo entender que era agradable tenerlo allí.

El hombre magro de gabán fino separó suavemente la silla del borde de la barra y se sentó en ella, se arregló de a poco la chaqueta del saco desabotonándose la solapa y dijo.

"Me gustaría compartir con Ud una copa"

El barbudo no dijo nada, solo esbozó una sonrisa y miró curiosamente al elegante señor. El hombre de gabán raído llamó al mozo del bar y pidió que le sirvieran al barbudo lo mismo que hasta ese instante estaba bebiendo, luego, miró con detenimiento su baso rebosado de wiskey que traía en la mano y lo colocó con suavidad en cima de la barra, apoyó los antebrazos en el borde y comenzó su dialogo diciendo:

"Perdone que haya molestado su individualidad, que haya perturbado sus meditaciones, que haya invadido su soledad, pero me gustaría compartir con alguien mis penas para no ahogarlas en una copa de licor, me encantaría en estos instantes que alguien escuchara mis plegarias y en lo posible me ayudara a salir de este hondo sufrir que me quema el alma. Mi esposa murió ayer dejándome solo a mi, y nuestros dos pequeños hijos, ellos lloran mucho y quieren que yo les traiga de regreso a su mami, les mentí, les dije que saldría en busca de ella. Les mentí, y ellos por lo menos tienen auque sea quien les mienta, quien les de una esperanza, pero yo no tengo siquiera quien me diga que hacer, que escuchar, que decir o cómo mentir...".

El hombre barbudo aparentemente no escuchaba lo que le estaban diciendo, en tanto prestaba atención como si cual, el hombre de gabán raído ni siquiera se daba cuenta de la extraña atención del barbudo, no hasta tanto el mozo se le acercó para decirle:

"No te escucha, está completamente sordo, no habla, y todo parece indicar que no está totalmente cuerdo"

El hombre de gabán fino hizo una mueca de desagravio, puso su amistosa mano en cima del brazo del "mendigo" dio media vuelta, y salio del bar.

Ya eran aproximadamente las nueve de la noche, estaba haciendo mucho frío, el hombre de gabán raído caminaba por una calle, la cual la reciente nevada había hecho que las luces se multiplicaran en cada rincón, en cada espacio de la espesa nieve. Pequeñas y brillantes luces de navidad hacían que la noche brillara en diminuta amplitud, mas el hombre de gabán raído caminaba en pos de la oscuridad de sus pensamientos, envueltos en un interno y caliente infierno. Muchas eran las personas en la calle, todas envueltas en sus propias tristezas y felicidades, nadie veía, nadie observaba, a todos les importaba nadie ¿A quien acudir en estos días de fiesta donde la felicidad es la reina? ¿Quien va a escuchar tristezas? ¿Quien dará un consejo, un aliento, en estos días donde solo se dan cosas materiales? Mundano debe ser el dolor, que surque velozmente los espacios de la mente a gran velocidad para no reparar en la tristeza por mas tiempo que el necesario, para que la felicidad sea mas duradera y la vida mucho mas austera. No debe sufrir quien por dolor ajeno llora, debe ahondar en las bondades de la vida, debe llevar alegrías a la mesa del que sufre para que el sufrimiento se gaste, se consuma, porque el sufrimiento es la única cosa en la vida que mientras mas lo poseen, mas abunda.

No encontró el hombre de gabán fino en todo su caminar un solo ser a quien poder contar sus tristezas, quien le brindara un hombro, una palabra de aliento, una palmadita en la espalda o una sola nota de consuelo. Y caminó de regreso el hombre de gabán raído, y entró en el mismo bar de donde horas antes había salido, y miró al rincón de la barra en busca de su sordo "amigo" y allí estaba, con la misma expresión, con la misma cerveza y esbozando su misma, indiferente y abundante sonrisa. Se encaminó el hombre de gabán raído al rincón de su sordo "amigo", llegó hasta su lado al tiempo que se sentó en la misma silla que anteriormente ocupó, y le contó su historia a su sordo Amigo. Cuando hubo de concluir, dos espesas lágrimas empañaron sus ojos haciéndole llorar con abundante desconsuelo, su sordo Amigo tomó su brazo y dándole una palmadita en la espalda, lloró también.

Luís Alberto Ramírez Mesa

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