viernes, 26 de septiembre de 2008

Reseñas de un peligroso viaje I

La nave aérea fletada por la compañía de viajes a Cuba era pequeña, tan pequeña que no tenía servicio sanitario y con solo capacidad para diecinueve pasajeros. El despegue fue aceptable, la trayectoria corta, pero el aterrizaje fue de locos, aquel artefacto volador descendía por intervalos, como cayendo súbitamente, sin control alguno, el temor se apoderó de los pasajeros y nadie dijo una sola palabra hasta estar seguros en la pista.

Cuba es totalmente infuncional, solo basta llegar al Aeropuerto Internacional José Marti para comprobarlo. Afortunadamente no había muchos pasajeros dentro del inmueble, solo los diecinueve que venían en mi vuelo. Una breve revisión de documentos y la declaración de aduanas. Preguntas muy simples y prohibiciones absurdas.

Una morena de facciones finas, alta, estacionada a un costado de una báscula electrónica me preguntó:

-¿Traes algún equipo electrónico?

-Si. Asentí haciendo un movimiento de cabeza.

¿Qué es?

-¡Un VCR!

-¿Un qué?

-Un equipo de ver videos. Expliqué.

-Ah…

-Fulana… cuanto vale un video. Preguntó a una mulata diminuta y rechoncha que estaba conversando animadamente con un joven delgado, bien delgado con la cara llena de baches.

-¡Ciento cincuenta dólares! Contestó la aludida sin siquiera pensarlo.

Me sorprendió esa respuesta ¡Ciento cincuenta! Ni que fuera de oro (si tengo que pagar esa suma lo llevo de regreso para Miami) pensé. La morena alta de facciones finas repitió la pregunta, esta vez lo hizo dirigiéndose a una mulata de cabello pintado de amarillo, cuerpo de ballena y cintura de tortuga.

-¡Treinta dorares! Dijo la gorda apuntando con su mano derecha a una garita con ventana de cristal incrustada en una pared del inmueble, cerca de la puerta de salida.

-Apúrate… paga eso antes que alguien ponga otro precio. Dijo la morena bonita entregándome un papelito con la suma escrita.
Pagué el “impuesto” y me dirigí a la puerta de salida, un joven delgado, el mismo que momentos antes conversaba animadamente con la mulata diminuta me pidió le mostrara el tiquet del equipaje…en ese momento no aparecía el dichoso tiquet, aparentemente lo tenia traspapelado con los documentos de viaje. El joven ni corto ni perezoso extendió su mano y la introdujo en un cesto de basura que estaba en un costado de la puerta y extrajo de su interior un tiquet ya revisado, lo comprobó con el que tenia mi maleta y dando a entender que eran los mismos me dijo:

-No te preocupes ya tengo el tiquet…ya puedes salir…regálame algo para el café.

Le di un billete de diez dólares y con una sonrisa mas ancha que la desembocadura del Río Almendares me abrió la puerta.

-¡Disfruta la estancia!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Luis,gracias por contar tus "tribulaciones" en la isla...espero que sigas contando..!!!

saludos