lunes, 1 de septiembre de 2008

En memoria de Los Palacios

Ahora que mi Pueblo natal a quedado prácticamente en ruinas me viene a la mente su historia, la pequeña historia que en el viví y que no deseo que quede en el olvido' 

De mañana temprano, cuando todavía los gallos no han dado la bienvenida al día, ya la vida en Los Palacios despierta; El gigantesco y mas grande molino arrocero de toda Latinoamérica que nunca descansa acoge en su seno a cientos de trabajadores que viven modestamente del fruto de su trabajo; en la lejanía, un Central con sus ardientes chimeneas escupe humo blanco para orgullo del batey, del batey del Central. Los camiones cargados de obreros del campo con sus vestimentas de color verde tierra, comienzan a rugir sus motores en cada calle, en cada rincón, recogiendo la mano que preñará la tierra de sus frutos, en las oceánicas arroceras, en los cultivos varios y en las inmensas bananeras. El ferrocarril rugiente y de pesado andar interrumpe el cruzar constante de gentes apuradas por llegar, cada cual, donde debe llegar; bicicletas en manadas se pueden ver por la calle principal, y en cada una, un palaceño cordial… unos conversan mientras pedalean, otros silban una bella canción a la aurora, una aurora que poco a poco va haciéndose ver, despertando, dejando escuchar el cantar de los gallos, el piar de las gallinas y el constante revoleteo y trinar de los  gorriones juguetones que se alborotan en cada árbol, en cada hoja, en cada flor.

 Siempre fue así, allí nací, así fue que lo viví y así lo recuerdo. Sin embargo, sé que la triste realidad ha hecho de mis recuerdos una estatua fría de un pasado que quedará en mi mente inmóvil, sin más avance, pero con la ilusión de que un día recobre su esplendor, no en los recuerdos sino, en la realidad de un futuro mejor.

 Ya no hay camiones rugiendo por las calles en busca de trabajadores, el tren dejó de cortarle el paso a la gente, ya nadie silba una melodía a la aurora, porque de nada sirve que aparezca la aurora, ya no hay gorriones jugueteando en cada árbol, en cada hoja, ni en cada flor, porque ya en la calle principal no hay árboles, ya no hay hojas, tampoco flor, solo bancos de granito fríos en medio de un paseo donde no se pasea....Calles agujereadas por el uso y el pasar de los años, casas opacas, fachadas empolvadas de tierra sucia, y aceras atestadas de gentes inmóviles, ociosas, y tristes sin nada que hacer y nada que agregar, zombis en busca de que comer o que tomar. Rincones llenos de pobladores con una bolsa plástica en la mano, en espera de la limosna gubernamental, hablando en vos alta de asuntos que a nadie enseñan, que a nadie educan y que a nadie debe importar. Jinetes a caballo llenando de estiércol y mal olor el ambiente por falta de medios de locomoción. Todo un panorama de  tristeza que envuelve a cada uno de los pobladores de este Pueblo, y que arranca las alas del corazón de los que antes lo vivieron, y ahora lo ven.

 De las entrañas de la tristeza, nacen los recuerdos, pero los recuerdos no agregan, solo paran el avance del tiempo, y la realidad no da paso a la esperanza, y se estanca, y se hace constante, diaria, firme en lo actual. Y yo recuerdo aquel pueblo, mi pueblito natal, tal y como era, como debía estar.

 En mi barrio, en la calle de mi ya vieja descuidada casa, la casa de mis padres, había tres bodegas, una, en la esquina, otra, en la otra, y por ultimo, el quiosco de Félix, en mi memoria está aun vivo el recuerdo del quiosco, no así las bodegas, ya para cuando yo tuve la capacidad de enclosar recuerdos las bodegas habían sido confiscadas por el castrismo. Pero no se me olvida el viejo Félix y su quiosco, pero mas recuerdo lo que allí podía adquirir, las golosinas caseras que la familia de Félix confeccionaba, mayormente golosinas para niños, refrescos, dulces, chambelonas, panecillos etc.

 Recuerdo con gran nitidez al quiosco de Félix, pero aun mas recuerdo su mejor y mas sabrosa golosina, “el mojón de negro” un dulce parecido a su nombre, confeccionado con miel, coco rallado, gofio, y azúcar quemá. Todos los días mi padre (que en paz descanse) me daba un real para mi acostumbrada merienda, un mojón de negro acompañado con un refresco de albaricoque; había de otros gustos los refrigerios fríos en verdad, de fresa, que mas parecía medicinal, tenia gusto a venadrilina, las gentes le llamaban “liquido de freno” por su color “Dame un liquido de freno ahí Félix” escuché a mas de uno decir, también los había de manteca’o, de naranja, limón, ¿y las postalitas? Ah eso era genial, las chinatas, bolas como le dicen en la capital, pero el “mojón de negro” para mi era vital, acompañado con mi albaricoque bien frío. Aun conservo con espesa claridad aquellas estampas de mi niñez.

Pero a Félix también le llegó su hora, le confiscaron el quiosco y todo lo que dentro tenia, el frizer, la nevera, el mostrador refrigerado y entre todo “el mojón de negro” mi albaricoque, y para cerrar con broche de acero, su vida. Unos meses mas tarde Félix murió de una “embolia” dijo mi madre, pero yo sé que no fue de eso. La hija también murió, se prendió fuego, en fin, la familia desapareció, no sé si algunos de sus miembros aun viven, en Cuba, en Miami, no sé, lo que si sé, es que aun vive en mi memoria el albaricoque, el “mojón de negro” y mi pueblito natal.

 

 

No hay comentarios: